Cuando das desde el alma, dejas de calcular lo que ofreces porque en el espíritu nada carece. De pronto, todo empieza a multiplicarse; cuando das, te sientes lleno, y esa llenura no se detiene, la dejas fluir. Es por esa razón que impregnas al mundo con esta forma de ver la vida, con esta manera de amar sin ser esclavo de lo que el otro da. Ya no esperas, te conviertes en un apasionado de la vida, te revisas el corazón y descubres que tienes una morada enorme en ti. Millones de personas vienen y se hospedan en ti; algunos pasan semanas, otros días, otros solo horas. Entiendes que tu corazón se ha agrandado, que se ha hecho más ancho y más profundo; te caben todos porque vas con el alma abierta, sin candado, y no porque esté sin candado significa que puedan entrar cuando quieran.
Cuando vives así, no llegas a ningún lado con las manos vacías y menos con los brazos cerrados, porque el regalo no es lo que está en las manos, sino en las manos que lo entregan. Te vacías en el mundo y, por esa misma razón, no careces de nada. Quien vive así no reside en la mente de la gente, sino en su alma.
Daniel Habif
Foto web
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